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Foto del escritorMónica Iglesias Fernández

Feminismo y lucha de clases. Sendas comunes, caminos y desencuentros - Parte 2



Como decíamos, los grandes acontecimientos históricos siempre influyen en los movimientos de masas. Así, el estallido de la I Guerra Mundial supone un desastre para las organizaciones obreras. La mayoría de la socialdemocracia claudica al chovinismo apoyando la guerra imperialista con sus respectivas burguesías. También el feminismo acusa el golpe y la WSPU (Unión Social y Política de las Mujeres)interrumpe su lucha sufragista para cerrar filas con el gobierno británico. En desacuerdo con esto, una minoría de militantes entrará a formar parte de la Liga Internacional de Mujeres, una organización formada por sufragistas, cuáqueras y socialistas, de cuya comisión ejecutiva inicial Sylvia formará parte. Posteriormente, creará la Federación Socialista de Trabajadores, organización de carácter mixto, pero donde la mayoría de sus cuadros dirigentes eran mujeres. Esta organización


además de continuar trabajando en las luchas obreras del East End y en sus campañas orientadas a la defensa de las mujeres […] se proclamó contraria a la guerra [1] y a favor de la abolición de los ejércitos. Instó al gobierno a reconocer al Gobierno de los Soviets y a la clase trabajadora británica, a que votase a favor de aquellos candidatos socialistas e internacionalistas contrarios a la guerra. Pocas organizaciones optaron por una postura tan claramente anti-colonialista como lo hizo la WSF al defender la independencia de Irlanda y de India [2].

De la misma manera que un sector del sufragismo se acercó a posiciones de clase, muchas activistas socialistas se definieron como feministas y trataron de introducir la cuestión de la mujer en el orden del día de las organizaciones obreras. Sin embargo, no siempre encontraron el apoyo de los dirigentes y en algunos temas chocaron frontalmente, como en aquellos que tenían que ver con la liberación sexual. En 1915, Lenin escribe una carta a Inessa Armand en la que le escribe lo siguiente: “Le aconsejo eliminar completamente eso de ‘la demanda femenina de libertad amorosa’. Resulta en verdad una demanda burguesa y no proletaria. En realidad, ¿qué entiende usted por esto (por amor libre)?”


La propia Alexandra Kollontai se encontró con las mismas dificultades a la hora de conseguir que el partido bolchevique recogiera la totalidad de las conclusiones del Congreso de Mujeres, celebrado en 1918:


Cuando se discutía una parte fundamental del nuevo programa del partido quise introducir una modificación al artículo 28, en la relación del partido con la cuestión femenina en general y con la familia en particular” Ante la negativa de Kámenev de mostrar su propuesta a discusión Kollontai se acercó a Lenin, mostrándole el texto y este le respondió “¿Qué quiere usted decir con esta expresión ‘desaparición de la forma cerrada de familia’? (…) ya habrá tiempo de resolver estas cuestiones después de que acabemos con los blancos [3]. Guarde su resolución y para entonces escriba un artículo. Entonces analizaremos su propuesta [4].

Estos desencuentros no invalidan los grandes avances que conquistaron las mujeres en la Revolución Rusa, situándose a la vanguardia en toda una serie de derechos sociales y económicos, pero muestra claramente que comprender la opresión de la mujer en toda su dimensión no es algo que suceda espontáneamente. Ni siquiera un revolucionario de la talla de Lenin estaba exento de manifestar toda una serie de prejuicios machistas, aunque fuera de forma inconsciente. Si esto era así entre los cuadros del partido, no es difícil imaginarse el clima que reinaba entre las masas trabajadoras y campesinas. Por este motivo, la labor del feminismo de clase tras la revolución era terriblemente necesaria.


De hecho, que la abolición de la prostitución fuera una consigna aceptada y defendida por el partido bolchevique, no impedía que su demanda continuara creciendo entre los obreros y que su erradicación se relegara una vez más a un segundo plano.


“La prostitución- denunciaba Alexandra Kollontay en 1921- se ha vuelto extremadamente común […] en parte por nuestra propia reticencia a considerar y ponernos de acuerdo sobre el perjuicio que causan el incremento y la extensión masiva de la prostitución en el colectivo obrero. Y nuestra desgana en la lucha contra la prostitución se ha visto reflejada en nuestra legislación”. [5]

Lamentablemente, muchos de los avances políticos y de derechos conseguidos por las mujeres en la primera etapa de la revolución y reflejados en el Código de Familia de 1918 fueron paulatinamente revertidos. Es más, el Código de Familia de 1927 dificultaba el divorcio e introducía cortapisas al reconocimiento de los derechos a la mujer en las uniones de facto (no matrimoniales). Esto fue denunciado por Trotsky en uno de los debates sobre la nueva ley:


Camarada, esta oposición es tan monstruosa que hace pensar: ¿Estamos realmente en una sociedad que se transforma hacia una manera socialista? Aquí la actitud hacia la mujer no sólo no es comunista, sino que es reaccionaria y filistea en el peor sentido de la palabra. ¿Quién podría pensar que los derechos de la mujer, sobre la que recaen las consecuencias de cualquier unión, por muy transitoria, estarían demasiado celosamente guardados en nuestro país?... Esto es sintomático y atestigua el hecho de que, en nuestros criterios, conceptos y costumbres tradicionalistas, hay mucho que es verdaderamente torpe y que debemos destruir con un ariete. [6]

Durante los años siguientes, esta reacción patriarcal se acentuó de la mano de la contrarrevolución estalinista.


“Repudiando el compromiso bolchevique de no interferencia en la vida personal, se declaró que la teoría de la “extinción de la familia” llevaba al libertinaje sexual, mientras que las alabanzas a las “buenas amas de casa” empezaron a aparecer en la prensa soviética a mediados de los años 30. Un editorial de Pravda de 1936 denunciaba un plan habitacional sin cocinas individuales como una “desviación de izquierda” y un intento por “introducir artificialmente la vida comunal.
Para el gran perjuicio de las mujeres soviéticas, el Código Familiar de 1936 criminalizó el aborto y la tasa de muertes por aborto aumentó mucho. Al mismo tiempo, el gobierno empezó a emitir “condecoraciones a heroínas” para las mujeres que tuvieran un gran número de hijos, mientras que los funcionarios de gobierno decretaban que en la Unión Soviética “la vida es feliz” y que solo el egoísmo llevaba a las mujeres al aborto. El Código Familiar de 1944 retiró el reconocimiento de los matrimonios de facto, restauró el humillante concepto de “ilegitimidad”, abolió la coeducación en las escuelas y prohibió las demandas de paternidad. El aborto no volvió a ser legal en la URSS hasta 1955”. [7]

El machismo imperante en la sociedad rusa no desapareció con la Revolución; es más, se recrudeció con cada retroceso revolucionario. Tras la caída de la Unión Soviética toda la misoginia y el machismo latentes afloraron como un alud. Las actuales leyes que en Rusia autorizan el maltrato doméstico y despenalizan las agresiones machistas o persiguen la homosexualidad no son sino los polvos de aquellos lodos. La reacción en el ámbito político no podía dejar intactos los avances de las mujeres.


Respecto a la genealogía feminista en nuestro país y a su vinculación con los movimientos progresistas e incluso abiertamente revolucionarios durante la primera mitad del siglo XX podríamos citar multitud de ejemplos, pero bastará con recordar que la consecución del voto para la mujer en el año 1931 fue obra de Clara Campoamor, que contaba incluso con el rechazo de su propio partido y de algunas organizaciones de la izquierda, como el Partido Republicano Radical Socialista que, por boca de Victoria Kent, defendía que la mujer no estaba preparada para ejercer ese derecho debido a su atraso secular. Irónicamente, Clara Campoamor perdió su escaño por defender el derecho del voto, pues perdió la confianza de su partido, mientras que Victoria Kent volvería al Parlamento tras las elecciones del 36 de la mano de Izquierda Republicana.


El voto de las mujeres obreras y de las clases populares fue decisivo en la victoria del Frente Popular en el año 36, que produjo, además, una explosión de participación femenina en todos los ámbitos de la vida social y política, situando a las mujeres a la vanguardia de la lucha revolucionaria. El entusiasmo militante puso al orden del día las reivindicaciones feministas y organizaciones como Mujeres Libres, cercana ideológicamente a la FAI y a la CNT, desarrollaron una labor incansable reclamando para la mujer trabajadora su autonomía sexual y laboral. Uno de sus logros más importantes fue la creación de los Liberatorios de prostitución en los que ayudaban a las mujeres a salir de la prostitución, enfrentándose muchas veces a sus compañeros anarcosindicalistas por esta cuestión. Mujeres Libres llegó a tener 150 agrupaciones y más de 20.000 afiliadas. Sin embargo, cuando solicitaron su adhesión a la FAI, esta fue denegada. El argumento empleado resulta sospechosamente familiar: “una organización femenina sería para el movimiento obrero un elemento de desunión y desigualdad, con consecuencias nefastas en el desarrollo futuro de la clase obrera” [8].


Una de las asistentes al Pleno del Movimiento Libertario celebrado en Barcelona en octubre de 1938 relata lo siguiente: “Estábamos entusiasmadas y dispuestas a abogar por Mujeres Libres en el pleno. ¡Pero ni siquiera nos permitieron entrar en la reunión!” [9].


La posición del PCE respecto a las mujeres tampoco permitió nunca una posición independiente de sus afiliadas. Su organización, la Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA), que desarrolló una gran labor en la retaguardia, sirvió también como altavoz de la política del partido y fue cambiando su discurso conforme lo requería la estrategia del mismo. Así, el discurso de los primeros meses, donde se exhortaba a las mujeres a unirse a las milicias revolucionarias, virará bruscamente cuando estas milicias se desmantelen y el discurso de la revolución social deje paso a la política interclasista del “frente popular”.


Estas dos intervenciones de Dolores Ibárruri, presidenta de AMA, muestran gráficamente este viraje.


En el verano de 1936 Dolores llamaba así a la resistencia contra el golpe fascista:


¡Jóvenes, en pie para la pelea!¡Mujeres heroicas, mujeres del pueblo, acordaos del heroísmo de las mujeres asturianas; luchad también vosotras al lado de los hombres para defender el pan y la tranquilidad de nuestros hijos amenazados […] porque no queremos recibir la victoria como un regalo de los hombres de España, sino como algo que nosotras conquistemos.

Pero a medida que las conquistas obreras iban desapareciendo de la retaguardia el papel de la mujer volvió a tomar un lugar secundario respecto al hombre:


Lucháis por librar a vuestras mujeres, a vuestras madres, a vuestras hermanas y a vuestras novias de las atrocidades de los fascistas. […] Milicianos de Madrid: una vez más os repito la necesidad de mantener cada día con más fuerza el sentimiento de victoria […]. Si ellos triunfaran en el campo de concentración pensaríais que vuestras mujeres y vuestras madres os dirían: “Llorad como mujeres, ya que no supisteis luchar como hombres”.

Baste esta última cita para demostrar que reivindicar el marxismo no va necesariamente de la mano con asumir la lucha contra la opresión de las mujeres, ni con comprender y combatir los estereotipos de género que la perpetúan.


En todo caso, los fascistas sí que comprendieron con claridad que mantener a la mujer oprimida era una condición imprescindible para mantener sus privilegios de clase. Tras su triunfo no solo prohibieron de nuevo el aborto y el divorcio, sino que eliminaron cualquier derecho conseguido por las mujeres durante la república, persiguiendo con saña y represaliando a todas aquellas que habían osado rebelarse contra su destino. La mujer fue de nuevo recluida entre las cuatro paredes de su casa, sometida a la autoridad del padre, del marido y de las instituciones estatales y eclesiásticas.


La recuperación del movimiento obrero y del movimiento feminista en el Estado español y a nivel internacional a partir de la segunda mitad del siglo XX demuestra también esta relación dialéctica entre la lucha de clases y la lucha feminista, pero su desarrollo merece quizá un artículo específico, ya que ese periodo está lleno de acontecimientos extraordinarios y lecciones muy valiosas para todas aquellas que consideramos que tanto la lucha por la emancipación de la clase obrera como la lucha feminista contra la opresión de las mujeres no se anulan o se enfrentan entre sí, sino que van indisolublemente unidas y que la una nunca será posible sin la otra.


 

[1] El posicionamiento contrario a la I Guerra Mundial fue minoritario entre las organizaciones sindicales y políticas de los trabajadores, incluidas las organizaciones de la socialdemocracia. Tan solo el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), el Serbio y una pequeñísima facción del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) se opusieron a la misma.


[2] Sylvia Pankhurst, sufragista y socialista, Eva Palomo Cermeño. Almud Ediciones.


[3] Se denominaba rusos blancos a los contrarrevolucionarios que combatían contra el gobierno soviético.


[4] Amor y Revolución. Alexandra Kollontai. VVAA. Editorial Arcadia.


[5] Amor y Revolución. Alexandra Kollontai. VVAA. Editorial Arcadia.


[6] “La protección de la maternidad y la lucha por la cultura” León Trotsky.


[7] “La mujer en la URSS” artículo de Alvaro Corazón paraJot Down.


[8] Citado por Mary Nash en “Rojas”.


[9] Citado por Mary Nash en “Rojas”.

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