Asumir los aportes que hace el feminismo es abrir la puerta a la docilidad y renunciar a la esencia revolucionaria. Definirse como comunista y feminista no es más que otra manera de revisar el marxismo, porque destruye su esencia revolucionaria. No existe el feminismo de clase, sino un análisis marxista de la cuestión de la mujer, el estudio de la evolución del problema. El feminismo es contrarrevolucionario, incompatible con el marxismo. La labor del feminismo es desvirtuar la cuestión de la mujer llevándola al absurdo, intentan implantar sus medidas y apuestas y llevan a lo irracional sus posicionamientos haciendo un trabajo contrario a lo que dicen defender. Los obreros terminan hartos de persecuciones, linchamientos, falsedades y acaban renegando de todo el feminismo.
(Extraído del artículo de AleksSef “¿Qué es el feminismo de clase?” publicado en El Común el pasado 28 de diciembre)
Pocas veces puede encontrarse tanto machismo concentrado en un solo párrafo. Más alarmante nos parece cuando, según su autor, este pretende hablar en nombre del marxismo y de las ideas revolucionarias. Como además consideramos que el artículo, más allá de expresar un odio visceral hacia el movimiento feminista, no da respuesta a la pregunta sobre si puede haber un feminismo de clase, trataremos de hacerlo nosotras apoyándonos, en la medida de lo posible, en la metodología marxista que, paradójicamente, en el citado artículo brilla por su ausencia. Así pues, nos aproximaremos a esta cuestión a través de las herramientas que nos brindan tanto la economía marxista, como la dialéctica materialista y el materialismo histórico [1]. Pues para nosotras no se trata de etiquetar un movimiento como burgués o proletario para descalificarlo o aprobarlo en función de una clasificación dogmática, sino de comprender como se ha abordado la lucha contra la opresión históricamente, tanto en cuanto a la opresión de clase como a la de sexo, y como se han relacionado ambas luchas, incluidas las contradicciones entre ambas, que deben resolverse dialécticamente, esto es: integrándolas a un nivel superior para eliminarlas.
Comienza el autor diciéndonos que debemos analizar “en profundidad” las condiciones materiales que dieron origen al patriarcado para, a renglón seguido, despachar la cuestión indicando que éstas son “la propiedad privada y la herencia”. Y puesto que todo su conocimiento sobre el tema comienza y acaba con “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado” [2] de Federico Engels da por finiquitado el asunto, no considerando necesario consultar otras fuentes antropológicas posteriores a 1884.
Afortunadamente para quienes sí estamos interesadas en las causas de la opresión de la mitad de la humanidad, en este siglo y medio se han producido avances notables en el campo de la antropología y las ciencias sociales que nos permiten realmente profundizar en la formación y desarrollo del patriarcado. Por eso sabemos que algunas de las premisas que defendió Engels en su obra resultaron falsas, debido no solo a los estudios en los que se basó para desarrollar su tesis, sino también a una concepción sobre la naturaleza del trabajo “reproductivo” que queda al margen del análisis histórico. Esto es así porque tanto Engels como el propio Marx, al clasificar el trabajo humano en dos esferas, la privada y la social, suponen el trabajo social como única fuente de generación de plusvalía.
Esta concepción, no obstante, contradice la propia teoría marxista del valor, que considera la fuerza de trabajo humana una mercancía más que los obreros venden a los capitalistas [3]. El coste de la fuerza de trabajo, en tanto que mercancía, vendrá determinada, entre otros factores, por el coste de la producción (la formación del obrero) y de la reproducción (tanto de nuevos obreros como el mantenimiento de los que ya existen). Sin embargo, en su análisis Marx relega la reproducción humana a la esfera privada, negándole su función social
Como muy bien explica Maria Mies, criticando que tanto Marx como Engels dejaron fuera del análisis histórico la “reproducción” de la vida humana,
Si tenemos en mente que “productividad” significa la capacidad específica de los seres humanos de producir y reproducir la vida dentro del proceso histórico, entonces podemos formular para nuestro posterior análisis la tesis de que la productividad femenina es la precondición de la productividad masculina y de todo el desarrollo histórico mundial posterior. Esta afirmación tiene una dimensión material trascendental, además de histórica.
La primera dimensión, la material, consiste en el hecho de que las mujeres de todas las épocas son y serán las productoras de nuevas mujeres y hombres y, que sin esta producción, el resto de formas y modos de producción pierden sentido. Esto puede sonar trivial, pero nos recuerda el sentido de toda la historia humana. La segunda, reside en el hecho de que las diferentes formas de productividad que los hombres han desarrollado a lo largo de la historia no podrían haber surgido si no hubiesen utilizado y subordinado las diferentes formas históricas de producción femenina”[4]
Al igual que Engels, Maria Mies sitúa la división del trabajo como condición necesaria para la subordinación de las mujeres, pero no tras la conquista de la agricultura y la aparición del excedente, sino mucho antes, en las primeras sociedades cazadoras-recolectoras. El elemento que propició esta situación fue la posesión generalizada por parte del grupo masculino de sus “herramientas de producción”, esto es, de las armas necesarias para la caza [5].
Todas las relaciones de explotación que se han ido creando posteriormente entre apropiación y producción son, en último análisis, creadas gracias al uso de las armas como método coercitivo […] Mediante el uso de las armas los cazadores podían no sólo cazar animales sino también atacar a otros productores de subsistencia, secuestrar a sus trabajadoras jóvenes y desarmadas y apropiarse de ellas. Podemos afirmar que las primeras formas de propiedad privada no fueron las ejercidas sobre alimentos o ganado sino sobre esclavas femeninas secuestradas.[6]
Posteriormente, tal y como asegura Elisabeth Fisher,
con la domesticación y cría de animales domésticos, aparece un nuevo modelo de producción, donde la sexualidad de los animales está sometida a una economía coercitiva basada en la procreación con el objetivo de aumentar sus manadas. Es probable que la creación de harenes, el secuestro y la violación de mujeres, el establecimiento del linaje y la herencia patriarcales fueran parte de este nuevo modo de producción. […] En el momento en el que los hombres empezaron a manipular el comportamiento reproductivo de los animales descubrieron sus propias capacidades generativas. Esto los llevó a un cambio en su relación con la naturaleza, así como a un cambio dentro de la división sexual del trabajo. Para los pastores nómadas las mujeres ya no tenían importancia como productoras o recolectoras de alimentos, como sí la tenían entre los cazadores. Se las necesitaba como criadoras de los hijos, especialmente de los chicos. Su productividad se redujo desde ese momento a su “fertilidad”, de la que se apropiaron los hombres y a partir de entonces controlaron [7].
El modo en que estas condiciones materiales afianzaron el género no es difícil de imaginar, aunque su origen parece ser muy anterior, como se deduce de estas palabras de Sherry Ortner:
Cuando los investigadores tienen en cuenta factores de orden económico o de jerarquía social llegan a la conclusión de que esas sociedades (las de cazadores-recolectores agrupados en bandas) eran verdaderamente igualitarias en términos de relación entre los sexos. Sin embargo, cuando atienden a los aspectos relacionados con la subjetividad y el mundo simbólico, suelen concluir que en todos esos grupos los hombres disfrutan de un mayor prestigio o estatus, incluso en situaciones en donde las mujeres pueden disfrutar de cierto poder, reconocido o no oficialmente” [8]
Así pues, la subordinación de la mujer al hombre y la creación del género como herramienta de opresión no serían consecuencia directa de la aparición de la propiedad privada y de la herencia, sino más bien condición necesaria para la misma. Así, podemos asegurar que es la opresión de la mujer, basada en la división del trabajo, la que propicia el patriarcado. Por tanto, parece lógico pensar que una lucha efectiva por los derechos de las mujeres no pasa exclusivamente por atacar la organización económica capitalista, sino las propias raíces patriarcales que dictan la relación entre los sexos.
Es en esta opresión estructural de las mujeres, presente en todos los sistemas de producción conocidos, donde radica el nexo histórico entre la lucha feminista y su relación con la lucha de clases. Por un lado, porque afecta a la mitad de la población; por otro, porque dicha opresión es anterior y condición necesaria para mantener el resto de desigualdades y, finalmente, porque se trata de uno de los pilares en que se han sustentado los diferentes sistemas económicos, incluido el capitalismo. El hecho de que las mujeres pertenecientes a la burguesía gocen de una posición privilegiada por razón de su clase social y ellas mismas se beneficien de la explotación del resto de clases, en particular de la clase obrera, no elimina la opresión estructural por razón de su sexo, del mismo modo que el que una minoría de la población afroamericana forme parte de la clase explotadora no elimina el racismo estructural de la sociedad estadounidense.
¿Quiere esto decir que los movimientos antirracistas le hacen el juego al sistema capitalista porque ahora hay hombres de color en posiciones de poder? Por supuesto que no, solo un imbécil podría sostener esto, de la misma manera que la lucha feminista no fortalece al capitalismo por más que haya mujeres en la clase explotadora.
Precisamente, el marxismo nos enseña que cualquier lucha de masas reflejará, por su propia naturaleza, las contradicciones de las clases sociales en pugna y, tarde o temprano terminará por expresar dichas contradicciones con diferencias ideológicas, enfrentamientos y escisiones. El marxismo no mide la “pureza” de una lucha de forma dogmática, sino que tiene en cuenta los procesos objetivos que desencadenan dichas luchas y si sus demandas ayudan o entorpecen el objetivo estratégico de la emancipación de la humanidad.
Esto, que es cierto cuando hablamos de demandas democráticas reclamadas por las revoluciones burguesas y que los marxistas asumen y defienden -tales como el sufragio universal, el reparto de la tierra o la separación de la iglesia y el Estado-; lo es más aún cuando hablamos de las reivindicaciones feministas (la igualdad jurídica, económica y social, los derechos a decidir sobre nuestros cuerpos sin que estos puedan ser enajenados ni trocados en mercancías, o el fin de las agresiones y crímenes machistas) que por su propia naturaleza no pueden sino debilitar los pilares del patriarcado que sustentan el régimen capitalista.
De hecho, la historia del feminismo y la del movimiento obrero organizado a menudo se cruzan, coinciden y se influyen, en un proceso dialéctico que se mueve en ambas direcciones y donde los avances de uno espolean la lucha del otro. También ambos están expuestos a las presiones de la ideología dominante que pretende perpetuar tanto el patriarcado como el capitalismo. En el caso del movimiento obrero, estas presiones tendrán su máxima expresión en la aparición de la corriente reformista en el seno de la socialdemocracia, que plantea la posibilidad de “reformar” el capitalismo accediendo al poder mediante el sufragio universal, en el marco de la democracia burguesa. Rosa Luxemburgo firmó algunos de los textos más brillantes contra esta corriente y sus obras Reforma o Revolución o La crisis de la socialdemocracia resultan imprescindibles para comprender el desarrollo posterior de los partidos obreros.
También el feminismo reflejó las contradicciones entre las clases desde sus inicios y en el movimiento sufragista pronto se enfrentaron la corriente más burguesa y la socialista, que propugnaba la liberación de la mujer no solo a nivel legal o jurídico, sino también en el terreno económico. La mejor representante de esto sería Sylvia Pankhurst, cuyo activismo sufragista pronto evolucionó hacia un feminismo que reivindicaba la justicia social y económica. Por su parte, la socialista utópica Flora Tristán será una de las primeras en denunciar la situación de la mujer obrera y de las prostitutas en los albores de la revolución industrial [9] .
[1] Para una primera toma de contacto con el marxismo recomendamos el texto de Lenin Las tres fuentes y las tres partes integrantes del marxismo.
[2] Incluso con las limitaciones de la época en cuanto a descubrimientos y estudios antropológicos, esta obra pionera continúa siendo fundamental para comprender el análisis materialista de las estructuras políticas y socialesque emanan de los distintos modelos de producción de la historia de la humanidad.
[3] Como la fuerza de trabajo humana es la única mercancía capaz de crear valor, Marx establece que es precisamente ese valor "no pagado", la plusvalía, la fuente de beneficio de los capitalistas.
[4] Maria Mies, Patriarcado y acumulación capitalista.
[5] Aunque los últimos estudios han desmontado el mito del hombre cazador como principal proveedor de alimento, frente a la mujer recolectora, parece que, de forma general, la actividad de la caza fue ejercida por los hombres, frente a muchas otras actividades en las que se especializaron las mujeres.
[6] Maria Mies, Patriarcado y acumulación capitalista.
[7] Elisabeth Fisher, citada por Maria Mies en Patriarcado y acumulación capitalista.
[8] Sherry Ortner, citada por Almudena Hernando en La fantasía de la individualidad.
[9] Su libro Paseos por Londres es anterior a La condición de la clase obrera en Inglaterra de Engels. En él, Flora se sumerge en los barrios obreros, se disfraza para visitar prostíbulos y fábricas y traza un cuadro demoledor de la situación de las clases populares.
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