Efeméride de hoy, 10 de octubre: Elisabeth Kübler-Ross y la dignidad en la salud mental
- rapiegasradfem
- hace 7 días
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Hoy, en el Día de la Salud Mental, queremos recordar a una mujer que cambió para siempre la forma en la que entendemos el cuidado de la mente y el acompañamiento al final de la vida: Elisabeth Kübler-Ross. Su trayectoria, marcada por la fragilidad de su infancia y su compromiso con los más vulnerables, abrió el camino a los cuidados paliativos y al abordaje humano en psiquiatría.
Nació en Suiza en 1926 y fue la mayor de tres hermanos mellizas. Desde pequeña tuvo una salud muy frágil: al nacer pesó tan solo 2 kg y a los 5 años contrajo una neumonía que la obligó a permanecer hospitalizada durante semanas. Ese episodio marcaría su vida para siempre.
Durante su estancia en el hospital, los médicos no le permitieron ver a sus padres y la trataron con mucha frialdad. Su única compañía fue otra niña gravemente enferma que apenas hablaba, pero con la que Elisabeth se comunicaba mediante gestos y miradas. Una noche soñó con su compañera: esta le decía que no se preocupara, que pronto volvería a casa con sus padres. Cuando Elisabeth le preguntó qué iba a pasar con ella, la niña respondió que se iba a un lugar mejor. Al despertar, la cama de su amiga estaba vacía. Días después, tal como había anunciado en el sueño, Elisabeth mejoró y pudo regresar a casa.

Ya recuperada, nunca volvió a enfermar y se convirtió en una niña amante de la naturaleza. Incluso creó un hospital improvisado para curar a los animales heridos que encontraba en sus paseos por el campo. En ese tiempo ya tenía claro que quería ser médica. Sin embargo, su padre solo le ofreció la opción de trabajar como su secretaria. Elisabeth se negó y abandonó su casa a los 16 años para poder costear sus estudios de medicina.
Trabajó primero como sirvienta para una señora burguesa que la explotaba, y más tarde como ayudante de distintos doctores hasta conseguir un puesto en el laboratorio de un hospital. Terminada la Segunda Guerra Mundial, participó como activista en la reconstrucción de comunidades devastadas por los nazis dentro del servicio de voluntarios por la paz. También visitó campos de concentración, experiencia que dejó una huella imborrable en ella y reforzó su deseo de sanar a otras personas.
En 1951 ingresó en la Universidad de Medicina de Zúrich y en 1957 se graduó tras superar numerosos obstáculos, pues era una de las pocas mujeres que accedían a estudios superiores en esa época y la misoginia de muchos profesores era evidente.
Aunque siempre quiso ser pediatra para poder ofrecer a los niños un trato cercano y humano, terminó especializándose en psiquiatría. Fue allí, en su primera residencia en un hospital psiquiátrico de Manhattan, donde se encontró con una dura realidad: estaba a cargo de 40 mujeres diagnosticadas con esquizofrenia. Según el jefe de planta, eran casos sin remedio y se les sometía a supuestas “terapias” que en realidad eran maltratos: electrochoques, golpes con palos, baños de agua caliente durante 24 horas y experimentación con psicofármacos.
Elisabeth se propuso cambiar esa situación. Empezó a tratar a las pacientes como personas, escuchándolas y acompañándolas. Aplicó lo que hoy se conoce como abordaje del trauma, y gracias a ello consiguió recuperar a la mayoría de aquellas mujeres.
Otro aspecto que observó fue el trato hacia los pacientes moribundos. Los médicos los aislaban en habitaciones apartadas, tardaban en atenderlos y los trataban con severidad, rozando el desprecio. Para Elisabeth, esto ocurría porque la muerte les recordaba a los médicos lo finito de su propia vida y la interpretaban como un fracaso de la medicina.
Tras terminar su especialización, se convirtió en profesora en el Hospital Bilingüe, donde centró sus investigaciones en el tratamiento psicológico de pacientes terminales. También organizó charlas para profesionales, cuidadores y familiares, denunciando que las universidades de medicina se enfocaban solo en lo técnico y científico, olvidando lo humano, que es esencial porque se trata de curar a personas, no a máquinas.

En 1969 publicó su primer libro de un total de veinticuatro: “Sobre la muerte y los moribundos”, en el que describió las cinco fases del duelo que transitan los pacientes al saber que van a morir. Este libro sentó las bases de los cuidados paliativos, campo en el que Elisabeth fue pionera.
Más adelante trabajó también con pacientes de sida, intentando destigmatizar la enfermedad, y buscó abrir un hospital para bebés con este virus. Se retiró en 1994 después de que un pirómano incendiara su casa.
En 2002 declaró en una de sus últimas entrevistas que ya se sentía lista para morir. Falleció en 2004.
En diferentes entrevistas y libros, Elisabeth contó que lo más importante que le enseñaron sus pacientes moribundos no fue cómo morir, sino cómo vivir. Si queréis aprender de ella, todos sus libros están traducidos al español y son muy recomendables.
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