¿Hay libertad de elección o posibilidad de consentir el ejercicio de la prostitución?
Imagen: Ahmed Ashhaadhon
Quienes dicen que sí parten del individualismo, sin embargo, lo individual se disuelve en lo colectivo. La prostitución afecta a todas las mujeres y a toda la sociedad, por lo que las decisiones de unas pocas tienen consecuencias sobre otras. Me refiero a que prostitución y trata son dos caras de la misma moneda, ya que para cubrir la ingente demanda no existe suficiente prostitución (mal llamada por algunas corrientes liberales) “voluntaria”. Porque, como se verá más adelante, esta supuesta “voluntariedad” está condicionada por el contexto en el que nos encontramos, un contexto liberal y patriarcal; así, hay que recurrir a la forzosa y a las redes criminales. Además, aunque entre la máxima libertad y la máxima coacción hay una gran escala de grises, las mujeres en situación de prostitución comparten la misma opresión.
En El contrato sexual (1988, 5-28, 304-307), Carole Pateman diferencia entre el contrato social y el sexual. Nosotras no formamos parte del primero porque el Estado creó la ley civil por y para los hombres. Al redactar la Declaración del Hombre y el Ciudadano (1789), las mujeres fuimos deliberadamente excluidas. De hecho, más tarde, Olympe de Gouges escribió la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana para darnos la voz que no nos dió el texto de 1789.
El contrato sexual opera a través del matrimonio o de la prostitución y se basa en el derecho político patriarcal y sexual de los hombres a acceder a las mujeres, y, en concreto, a sus cuerpos. La libertad y la dominación son esenciales para su funcionamiento. En el contrato social los individuos cambian las inseguridades de la libertad natural por una libertad civil que tiene al Estado como protector, creando una libertad universal (que ampara a los que respalda el contrato social, es decir, a los hombres).
“La dominación de los varones sobre las mujeres y el derecho de los varones a disfrutar de un igual acceso a las mujeres es uno de los puntos que afirman el pacto social” (Pateman 1988, 10).
El contrato sexual prostitucional que se da entre cliente y prostituta es entendido por los contractualistas como un intercambio libre, pero las mujeres en situación de prostitución no son sujeto del contrato, sino el objeto, según Pateman, y es el contrato social el que les otorga ese poder a los hombres.
“La prostituta es parte del ejercicio de la ley del derecho sexual masculino, uno de los modos en que los varones se aseguran el acceso al cuerpo de las mujeres” (Ibíd., 267)
Como queda de manifiesto, la prostitución no está destinada a la satisfacción de la mujer que se encuentra en situación de prostitución, sino a la del cliente, que paga por usar su cuerpo. Y es que el dinero es la causa por la que se dan estas relaciones sexuales, ya que la principal razón por la que las mujeres ejercen la prostitución es la económica. Los hombres compran el consentimiento sexual de las mujeres. Y es precisamente a través de ese pago cuando el consentimiento se vuelve inválido (Ibíd.,273). Una muestra más de que las mujeres en situación de prostitución son vistas como objetos y no como sujetos es la existencia de prostíbulos de muñecas hinchables y/o androides (ej: Luxury Agency Dolls o LumiDolls, en Barcelona. Sólo a través de la esclavitud, que se dio en Roma y en el Antebellum, las personas eran reducidas a objetos.
La libertad e identidad sexual es inseparable de la construcción sexual del yo. Sin embargo, en la prostitución la libertad e identidad sexual están sujetas a unas prácticas concretas pactadas y que, casi en la totalidad de los casos, podrían vulnerarlas. Un ejemplo de ello es la disociación de la que se sirven determinadas prostitutas durante dichas prácticas. Otro ejemplo sería performar un papel de sumisión que desea el cliente a través de gestos, vestimenta y frases (Ibíd., 284-286). Entonces, esa capacidad para elegir se va fragmentando a medida que conocemos el origen, la historia, el contexto, las causas de estos pactos: “A través del contrato original, los ciudadanos pueden verse a sí mismos como miembros de una sociedad construida por relaciones libres” . Y es que “se envía a las mujeres un curioso mensaje, ya que representan todo lo que el individuo no es, pero el mensaje debe ser reconvertido porque el significado del individuo y del contrato social dependen de las mujeres y del contrato sexual” (Ibíd., 303) . Ellas han de reconocer esta ficción política y hablar su lenguaje, incluso a pesar de que se las excluye de la “conversación fraternal”.
A esto hay que añadir que la revolución sexual de los años sesenta fue el caldo de cultivo de esta “libre elección” a la que se apela hoy en el debate a cerca de la prostitución. Decir que esas elecciones dependen únicamente de las mujeres es un reduccionismo de tinte individualista que deja de lado las circunstancias (sociales, culturales, económicas) en las que se dan dichas elecciones. Todo ello es herencia del post-feminismo, discurso fácil y contradictorio que, aunque recoge ciertos aspectos feministas como la libertad sexual o el empoderamiento, nunca se cuestiona el contexto en el que se da, siendo éste un contexto neoliberal y patriarcal, del que surgen estos discursos. Parece que los objetivos del movimiento feminista han sido desplazados o desdibujados por el individualismo que “contribuye desde ahora a eliminar la ideología de la lucha de clases”, como decía Lipovetsky, y de género, añadimos.
De aquí surge este feminismo liberal y a la carta del que nacen algunos de los discursos prosex. Ir a la raíz de estas ideas es esencial para entender los males que genera la industria sexual. Una industria que, no podemos olvidar, produce los mayores ingresos del mundo, junto con la armamentística y la del narcotráfico.
El consentimiento no sólo depende del individuo, sino de su contexto. Y si la sociedad no es igualitaria, los individuos no podrán decidir libremente.
Es decir, como dice Ana de Miguel en su obra Neoliberalismo sexual, la libre elección es un mito.
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